Los antioqueños tienen la particularidad de ser muy generosos y entregados a los forasteros, y caí muy bien entre ellos. En el aeródromo de las Playas, se debían retomar trabajos de reparación de la pista con suma urgencia, dados los baches que surgieron a partir de que Medellín se había convertido en un centro de acopio de vuelos internacionales de aviones más modernos y de mayor capacidad de pasajeros, como los de la Umca, la compañía de la Pan American, dirigida por don Gonzalo Mejía. De igual modo la Saco, y la misma Scadta. Los trabajos debían culminarse antes del 20 de junio de ese año, por lo que contábamos con tiempo más que suficiente.
Me incomodé porque antes de partir hacia Antioquia, leí en el periódico de un viaje de promoción que realizaría a Bogotá un ídolo internacional representado en la figura de Carlos Gardel, el cantante consentido de la Paramount Pictures de Hollywood. Supe que haría una presentación en el teatro Olympia de Bogotá y que las entradas eran costosísimas.
Quería ir con Ann, quien por medio de la promoción de su música a través de la estación radial La Voz de la Víctor, y con su ya crecido conocimiento del español, se había vuelto una fanática imponderable de Gardel, el Zorzal Criollo o Turpial Tanguero. La ciudad y las páginas de los periódicos fueron embadurnadas con su imagen, siempre sonriente y mirando hacia arriba de sesgo. El furor se comparaba solo con el revuelo que causó, ya en tiempos idos, la figura de Knox Martin, cuando sobrevoló por primera vez el cielo bogotano, por allá por 1919.