Fue el norteamericano, George Schmitt, conocido como “Geo Schmitt”, (1892-1913), hijo de inmigrantes alemanes y nacido en la Ciudad de New York, quien en compañía de su socio y amigo Henry Thor, se lanzó en una correría que abarcaría varias ciudades del Caribe y norte de Sur América con su espectacular aeronave Baldwin “Red Devil”, biplano fabricado por Thomas Scott Baldwin.
Como gran novedad de la época, en vez de barras de madera, la estructura estaba construida en tubería de acero (pintadas en color rojo). Estaba impulsado por un motor a pistón Hall-Scott A-3 en “V”, de 8 cilindros y con una potencia de 80 HP. Su fuerte estructura estaba soportada por dos grandes ruedas macizas y un gran patín delantero. El piloto se sentaba cómodamente en la parte delantera del aparato y con el movimiento de su cuerpo meneaba la silla a su acomodo y así movía los alerones. Como control principal y al frente del aviador, tenía una gran cabrilla redonda con
De acuerdo con lo que se había anunciado, se verificó el primer vuelo del aviador Geo. Schmitt. Del patio fronterizo de la hermosa casa de campo “La Pradera” de propiedad de don Roberto Medina, quien la cedió al efecto gratuita y generosamente -salió el aviador guiando su biplano, en dirección oeste, a las 11 y 45-. Ante el
impulso poderoso del motor de ochenta H.P. y sobre las dos pequeñas ruedas enllantadas en que se sostiene en tierra.
En la Novela
Un día salimos de allí en busca de las cosas que él siempre tenía que comprar y tirado en el piso encontré una hoja de papel donde se leía “El Gráfico”, una revista de noticias en la que anunciaban con emotividad literaria, que
George Schmitt, conocido como Geo, un norteamericano, había sobrevolado en un biplano, por primera vez la ciudad de Santa Marta y sus alrededores, el 9 de diciembre de 1912, a las 11 de la mañana. Luego de esto se desplazó a la ciudad de Barranquilla, donde hizo lo mismo y finalmente, sin saber cómo trasladó hasta esta ciudad el avión, sobrevoló Medellín el 13 de enero de 1913, decolando de la finca La Pradera, propiedad de un tal Medina, y mostraban una foto de la proeza humana en el aire, a pesar del calor inclemente de la ciudad al mediodía, hora en la que se realizó la prueba.
Así, con este espectáculo, un avión sobrevoló por primera vez Colombia. Esto me animó y redobló mi pasión por desintegrarme y hacerme una máquina de vuelo, o mejor un hombre con alas. Con tristeza supe que este poeta del aire murió en esos días en una exhibición aérea en la que sobrevivió su único pasajero. Morir a tan temprana edad era lo más corriente en estos espíritus aéreos.
Saber de la nación me identificó, me vi en el espejo de la vida, y nací para lo que había nacido, como dicen los hombres de la calle. Decidí que sería aviador, al costo de lo que fuera; igual nada distinto hay que hacer en la vida,
sino cumplir los designios que uno se impone sin herir ni apocar a nadie.
Una y otra vez atravesé de allí para allá las vías, sin cruzar palabra alguna con extraño o conocido. Yo mismo fui un extraño para mí. La convulsión psicológica que me produjo saberme volador, o mejor, piloto de una nave que venciera la pureza del aire, me conmovió. Me senté a meditar en un andén hecho a medias en la famosa Avenida Colón, que iba desde la calle Real hasta la estación del tren de la Sabana.