Como eran muy pocas cartas, no nos demoramos mucho poniéndole el matasellos. En las estampillas decía: “República de Colombia. Por un valor de dos centavos. 18 de junio de 1919”. Al hacer esto, Colombia se convirtió en el quinto país en el mundo y el primero en Centroamérica y Suramérica, que utilizó estampillas para legalizar y cobrar impuestos de timbre por transportar el correo; y Barranquilla fue el epicentro de tal acontecimiento. Ya eran las cinco de la tarde y la frescura de la atmósfera era deliciosa. No había fatiga. El avión estaba alineado al campo, y rodeado de gente que entusiasmada vio cómo don Mario Santodomingo abordaba el aparato, en compañía de míster Martin, quien antes de entrar en su cabina, parado en una de las alas me dijo:
—Si supierras lo important ki es que un buen mecaniko como tú, esté con el piloto en estos momentos, sabrías la importancia que guardas parra mí. Al oír estas palabras, me enrojecí. Me di cuenta de que el elogio, incluso el justificado, me intimidaba, pues pocas veces había recibido alguno, venido de cualquier parte, y mucho menos de alguien tan reconocido. Muchos capitanes cuando no reciben el elogio de sus superiores, sean coroneles o generales, se hacen a su propia gloria recibiendo la alabanza del soldado, o incluso de quienes son sus esclavos.
En mi caso, acababa de recibir un elogio, algo preocupante en realidad, pues nadie que no esté con su familia puede estar tranquilo si recibe aclamaciones y no está con sus hijos para compartirlas. Yo estaba sin Rosario y sin mi Sarmiento que crecía en su vientre.
Al estar todo listo, el míster encendió el motor del avión, luego de que yo hiciera girar la hélice manualmente. El fuerte viento que produjo el giro acelerado de la hélice, les tumbó el sombrero a todos, incluidos el gobernador, el obispo y el alcalde, quienes vitoreaban a míster Knox como si se tratara del mismo Libertador. Todo se calmó cuando el avión despegó.
El viaje, aunque era solo de veinte kilómetros, casi enloqueció a la gente, pues tal como lo contaban las personas que lo vieron, míster Knox arriesgó tanto sobrevolando la ciudad, que casi tocó con el tren de aterrizaje la punta de las torres de la iglesia de San Nicolás, en el centro de Barranquilla.
Palmariamente, era temerario el madman , el crazzy man, o simplemente “El Loco”.

Barranquilla, 18 Junio de 1919
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